Juan Gabriel en el cine: lo que se ve no se juzga
En aquel tiempo, reza el evangelio nacional, no existían los videos y mucho menos internet o la posibilidad de las descargas musicales gratuitas. Sólo la radio y la televisión – Televisa, claro está – dominaban el escenario en México y en el resto de los países hispanos.
El cine mexicano atravesaba una prolongada agonía. Los productores de la industria aprendieron muy pronto a invertir lo mínimo y buscar la recuperación inmediata ante públicos, que ellos juzgaban, eran poco exigentes.
Vicente Fernández, Cornelio Reyna, Rigo Tovar y Juan Gabriel fueron reclutados por los estudios cinematográficos como una manera de extender su popularidad y, por supuesto, de buscar las mayores utilidades.
No era nada nuevo. El pasado más reciente demostraba que estrellas de la canción, como Miguel Aceves Mejía, Javier Solís, Eulalio González “El Piporro” y los intérpretes del fallido rock mexicano – Enrique Guzmán, Alberto Vázquez o César Costa – eran un ingreso taquillero seguro.
Julissa y Angélica María no entran en ese cartabón. Ambas cantantes, como actrices, lograron trascender. Los Caifanes (Juan Ibáñez, 1967) y Ya sé quién eres, te he estado observando (José Agustín, 1970) son pruebas irrefutables de lo sucedido.
Sin embargo, la evidente ambigüedad sexual de Juan Gabriel, provocó en sus películas enormes momentos de humor involuntario que revelan la nula comprensión sobre la personalidad del genio musical en la pantalla.
Es que, en esos tiempos “de eso”, no se hablaba.
Salvador Novo en “La estatua de sal” escribió una frase memorable al referirse a “los que tenemos unas manos que no nos pertenecen”. Juan Gabriel era así.
Las manos, la impostura, la voz y la apariencia del Divo de Juárez pusieron entonces a prueba nuestra capacidad de tolerancia. Sin embargo, al hacerlo desde la mascarada impuesta por la cultura dominante, todo queda reducido a un homenaje a la hipocresía y a la indiferencia ante el elefante colocado en el centro de la marginalidad.
Todos, desde Sara García, Narciso Busquets, Julio Alemán, Verónica Castro, Valentín Trujillo, Estrellita, Meche Carreño, Sonia Amelio y Lucha Villa jugaron el mismo juego: vamos a hacer como que Juan Gabriel no es lo que es. No fue aceptación, fue la negación absoluta. Por eso resulta cómico.
Nobleza Ranchera (Arturo Martínez, 1975) marca el debut cinematográfico del autor de “No tengo dinero” y “Tú sigues siendo el mismo”, en esa película Verónica Castro y Sonia Amelio se disputan a Juan Gabriel. La Amelio, más cercana al prototipo de belleza nacional, es la dama joven ante una Verónica Castro quien, desde sus ojos verdes y su cabello claro, es la villana al tratar de impedir el triunfo del amor. Sara García, en la cinta, muere de la impresión.
Del otro lado del puente (Gilberto Martínez Ortega, 1978) tiene otras pretensiones. Explora las dificultades de un joven mexicano resuelto a conquistar el “sueño americano”, pero bajo sus propios términos. Nada mal, si recordamos que anticipa la amnistía otorgada por Ronald Reagan a más de 2.5 millones de migrantes hispanos en los Estados Unidos en 1986.
El Noa Noa (Gilberto Martínez Solares, 1980) es el primer relato biográfico del popular compositor y cantante. Comparte créditos con Meche Carreño, símbolo sexual del cine mexicano.
Es mi vida (Gilberto Martínez Ortega, 1982) es su historia biográfica por excelencia. El ascenso en el mundo de la música, su reclusión por supuesto robo y un final apoteósico marcan ya la línea que Juan Gabriel desea legar: no importan las dificultades o los obstáculos cuando tienes una idea clara respecto a dónde quieres llegar.
Ya entonces, Juan Gabriel era la estrella indiscutible en el panorama nacional. Sus composiciones, sublimadas por Rocío Durcal, le otorgaron el estatus que ahora conocemos.
Fugaces apariciones en otras películas: Siempre en Domingo (René Cardona, JR, 1984) o Evicted (Michael Tierney, 2000) marcan la distancia del divino Juan Gabriel respecto a la industria cinematográfica.
No sería sino hasta ¿Qué le dijiste a Dios? (Teresa Suárez, 2014) cuando veríamos al divo de Juárez plantarse ante la pantalla grande. La cinta surge a partir de una buena idea. Nadie, sólo Juan Gabriel, podía dar contenido a un filme musical a lo Mamma Mía (Phillida Lloyd, 2008), donde las canciones escritas en la piedra de la conciencia mexicana pueden soportar cualquier argumento.
Sin embargo ¿Qué le dijiste a Dios? queda por debajo de sus propias expectativas. Juan Gabriel, en la secuencia final, aparece gracias a los recursos de la tecnología, para recordarnos que él sigue siendo el mismo: el artista inaccesible, más allá del bien y del mal. Una especie de ídolo con los excesos y las extravagancias dignas de Michael Jackson.
Ahora, respecto a todas esas escenas en sus películas durante la década de los setentas y ochentas, solo puede afirmarse, de acuerdo con su propio evangelio: “Lo que se ve no se juzga”.
Un saludo a Juan Gabriel, a un año de su partida.
Se le extraña.
Escrito por Horacio Vidal / Crónica Sonora