La historia detrás de los dogos sonorenses

La historia detrás de los dogos sonorenses

El dogo, esa deliciosa creación que combina salchicha, pan y una explosión de ingredientes, es hoy un ícono de la comida callejera sonorense. Sin embargo, este platillo no siempre fue parte de la cultura local. Su historia comenzó en la década de 1940, cuando Don Cipriano Lucero, un sonorense que había conocido los hot dogs en California tras servir en la Segunda Guerra Mundial, decidió traer esta idea a Hermosillo.

En 1947, Don Cipriano y su esposa Luz Celia Ajá abrieron el Café Kiki, donde empezaron a vender chili-dogs al estilo estadounidense. Aunque comenzaron con la receta tradicional de catsup, mostaza y frijoles con chile, la falta de un pan similar al usado en Estados Unidos los llevó a pedir un pan especial a una panadería local, naciendo así el característico pan doguero que hoy conocemos.

Con el tiempo, los hot dogs se trasladaron de los restaurantes a las calles, popularizándose en carretas por su precio accesible y su sabor versátil. La década de 1980 fue clave para esta transformación, especialmente en Hermosillo, donde la plaza Emiliana de Zubeldía se convirtió en el epicentro de innovación doguera. Aquí, los vendedores añadieron ingredientes como lechuga, tomate, cebolla caramelizada y tocino, elevando la receta básica a una experiencia gourmet.

En Ciudad Obregón, los dogos también encontraron un lugar especial en la cultura local. La competencia entre estilos ha generado debates apasionados sobre cuál ciudad ofrece la mejor versión del dogo, con cada región defendiendo sus propias innovaciones. Entre los ingredientes que destacan están los frijoles refritos, el aguacate, los champiñones y las salsas caseras que reflejan el ingenio sonorense.

El dogo sonorense no solo ha conquistado los corazones locales, sino que ha cruzado fronteras, alcanzando popularidad en ciudades de Estados Unidos, donde los “Sonoran hot dogs” son una sensación. Su éxito radica en la abundancia y en la habilidad de los dogueros para personalizar cada platillo según el gusto del cliente, haciendo de cada dogo una obra maestra única.

Más allá de su sabor, el dogo representa el espíritu creativo y emprendedor de los sonorenses. Es un ejemplo de cómo la tradición se adapta y evoluciona, convirtiéndose en un símbolo de identidad que une a las comunidades y trasciende fronteras.

En Ciudad Obregón, los dogos son más que una comida callejera; son un punto de encuentro, una tradición y una parte esencial de nuestra identidad culinaria. Así que la próxima vez que disfrutes un dogo, recuerda la rica historia detrás de este emblemático platillo que nos enorgullece como cajemenses.

Comentarios

comentarios