¿Fiesta o recuerdo? El verdadero origen del Día de Muertos que pocos conocen
Pocas celebraciones en el mundo son tan mágicas y profundas como el Día de Muertos, una tradición que cada año transforma a México en un altar vivo de flores, velas y recuerdos. En Ciudad Obregón, como en todo el país, las familias se reúnen para rendir tributo a quienes se adelantaron en el camino, con ofrendas llenas de amor, colores y aromas.
Papel picado, calaveras de azúcar, pan de muerto, agua, sal y los platillos favoritos de quienes ya no están forman parte de este ritual ancestral. Pero detrás de su belleza visual y su espíritu festivo, el Día de Muertos encierra siglos de historia, creencias y sincretismo cultural. ¿Qué tanto de lo que celebramos viene de nuestros antepasados y cuánto se transformó con la llegada de los españoles?
De acuerdo con las costumbres mexicanas, el 1 de noviembre está dedicado a los niños fallecidos y el 2 de noviembre a los adultos. En algunas regiones, el 28 de octubre se recuerda a quienes murieron de forma trágica y el 30 de octubre a las almas que nunca fueron bautizadas. Incluso, en años recientes, se ha comenzado a incluir a las mascotas, demostrando que el amor también trasciende especies.
El origen prehispánico de esta tradición se remonta a los rituales nahuas como el Miccailhuitontli (Fiesta de los Muertecitos) y la Fiesta Grande de los Muertos. Para los antiguos pueblos, la vida y la muerte eran parte de un mismo ciclo, una danza eterna entre la siembra y la cosecha. No era el fin, sino un nuevo comienzo.
Durante la conquista, los españoles incorporaron el Día de Todos los Santos y el de los Fieles Difuntos, fusionando las creencias indígenas con las prácticas cristianas. Así nació el Día de Muertos que conocemos hoy: una mezcla de rezos, flores, música y recuerdos. ¿Sincretismo o resistencia cultural? Tal vez un poco de ambos.
Con el paso del tiempo, los cementerios se convirtieron en espacios sagrados. Después de la epidemia de cólera en 1833, los entierros se trasladaron a las afueras de las ciudades, y allí surgió la costumbre de adornar las tumbas con flores, veladoras y comida. Lo que comenzó como un rito de protección terminó siendo una celebración de vida.
En 2003, la UNESCO declaró esta festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, reconociendo su importancia no solo para México, sino para el mundo. Una muestra viva de cómo la memoria, el arte y la fe pueden entrelazarse para dar sentido a la muerte.
Y aunque en cada región el Día de Muertos se celebra de manera distinta, el espíritu es el mismo: honrar la memoria de los que amamos. En Cajeme, muchos cajemenses preparan sus altares con la misma devoción que sus abuelos, porque saben que, al final, recordar también es una forma de mantener vivos a los nuestros.
¿Tú ya tienes lista tu ofrenda? ¿Qué platillo pondrías para recibir a tus seres queridos este 2 de noviembre? 💐💀



